La próxima semana se abre el foro económico mundial de Davos, la promiscua reunión de las élites económicas y políticas del mundo que sirve, sin duda, de termómetro de las fiebres del sistema capitalista y de observatorio de las tendencias. La cumbre de este año se considera la más importante de su historia, ya larga pues comenzó en 1971 cuando Estados Unidos, la hiperpotencia que protegía el capitalismo frente al imperio soviético, decidió romper el sistema, establecido en Bretton Woods tras la segunda guerra mundial, porque sus gastos militares le impedían seguir cumpliendo con el patrón oro en las relaciones económicas con sus socios europeos.
El fundador y presidente del World Economic Forum, Klaus Schwab, fiel reflejo del cinismo que encierra el discurso de las élites, no ha dudado en hace un llamamiento a los plutócratas, tecnócratas y políticos, para que se apresuren a “reformar el capitalismo de mercado y restaurar la coherencia entre el mundo de los negocios y el resto de la sociedad” ya que tras muchos decenios de éxito de la economía de mercado y la mundialización para sacar a millones de personas de la pobreza, “sus defectos estructurales (cortoplacismo miope, profundización de las desigualdades y favoritismo) han suscitado la reacción política de estos últimos años, subrayando la necesidad de crear estructuras permanentes para equilibrar el bienestar social”. Parece como pedir a las élites un acto de conciliación intergeneracional con los líderes de, digamos, Podemos.
La alarma en las cúpulas del sistema se aprecia muy bien en el orden de inquietudes que apunta el informe de este año sobre los ‘Riesgos Globales’, en el que la exclusión social y las desigualdades económicas ocupan el primer lugar, dando lugar a una creciente polarización de la sociedad, que ha generado ya una gran inquietud con tensiones políticas como el Brexit, el rechazo al referéndum de Italia o la victoria de Trump. Curiosamente, el World Economic Forum cuenta con la escuela de negocios Wharton, donde Trump ha estudiado y ejercido de guía, como uno de los tres consejeros académicos.
El cambio climático ocupa el segundo lugar en el catálogo de riesgos, aunque éste conlleva un gran potencial para hacer negocio con una transición energética en la que la mayor parte de las multinacionales están comprometidas y se aceleran las rupturas como es el caso anunciado del coche eléctrico. La tercera andanada que no sólo se atisba sino que está ya merodeando en las sociedades ricas es la digitalización creciente, y se constata que no hay una evolución sincronizada entre la sociedad y la tecnología.
Ante este reto, los 1.200 directivos de máximo nivel del mundo entero (Ana Botín, Francisco González, Ignacio Sánchez Galán y José Manuel Entrecanales, entre ellos), más el medio centenar de primer ministros o Jefes de Estado y el resto de élites, hasta superar los 3.000 participantes en el encuentro de la estación invernal suiza, con el presidente chino Xi Jinping dispuesto a redimir al mundo con su capitalismo comunista, los coaches de Davos recomiendan un intervencionismo selectivo regulatorio sobre el desarrollo tecnológico. Como ejemplo de peligrosidad por su influencia negativa sobre el empleo citan la inteligencia artificial y la robótica.
Schwab, presidente del sanedrín, no sólo reclama cambiar el sistema capitalista sino también “establecer un sistema de gobierno mundial dinámico” que se apoye en la colaboración público-privada de carácter generalizado ya que “el marco actual de cooperación internacional está concebido para el período de postguerra, cuando los Estados nación eran los actores principales” y termina en modo sacerdotal subrayando que “la vía del progreso consiste en hacer que la mundialización beneficie a todos”.
De todo ello se deduce que las élites son conscientes de que deben buscar otro marco de juego, en el que como apunta en las conclusiones el informe “se requiere pensar con más coraje sobre cómo gestionar la relación entre los ciudadanos y sus representantes elegidos” y reconoce que “hay sitio para el debate sobre hasta qué punto el avance del sentimiento antiestablishment en las democracias occidentales refleja una amenaza al propio sistema democrático”.