Japón ha perdido el crédito que se le concedió tras la catástrofe de la central nuclear de Fukushima, ocurrida en marzo de 2011. Más de dos años después se informó ayer oficialmente por el Primer Ministro, Shinzo Abe, que se están vertiendo al mar más de 300 toneladas diarias de agua contaminada.
“Estabilizar la central es nuestro desafío. En particular, el agua contaminada representa un problema urgente que suscita mucha inquietud entre la población”. Con estas palabras justificaba Abe ante el gabinete de crisis nuclear la necesidad de que el Gobierno se implique más en los trabajos de limpieza de la central, ante el fracaso en la misión de Tepco, la compañía operadora de Fukushima.
No es de recibo oír a Abe tras todo este tiempo transcurrido que el desafío es “estabilizar”, cuando se han publicado informaciones que indican que Tepco ha ocultado deliberadamente su fracaso y los problemas que tenía para detener las filtraciones del agua contaminada al Pacífico para no perjudicarle en las elecciones celebradas hace tres semanas.
La admisión de “emergencia” sobre la verdadera situación del complejo nuclear de Fukushima se ha producido tras la visita que realizó una misión de 16 expertos de 8 países de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, que visitaron a los responsables de la provincia de Fukushima entre el 21 y el 26 del pasado mes de julio.
La AIEA firmó unos acuerdos para el control y la prevención de que los contaminantes radioactivos entren en la cadena alimentaria, el aire y el agua, y evitar así la exposición de los seres humanos a la radiación ahora y en el futuro. Es muy posible que los expertos de la institución conocieran la gravedad de los hechos y exigieran a las autoridades japonesas decir la verdad.
Hasta hace una semana, Tepco aseguraba que tenía bajo control el agua contaminada con tritio, estroncio y otros elementos radiactivos, estancada en el subsuelo, pero ahora sabemos que han pasado dos años con filtraciones, y contaminando el mar.
El objetivo es bombear el agua del subsuelo y almacenarla, “limpiarla” (no se sabe cómo) y verterla al Pacífico. El millar de gigantescos tanques que guardan el agua con la que se irriga los reactores para enfriarlos tras fundirse en la catástrofe, están casi llenos. Esta agua contaminada se dice por algunas fuentes que contiene el triple de Celsio emitido en el accidente de Chernobil, el mayor desastre nuclear jamás ocurrido. Por consiguiente, Fukushima es un polvorín que no puede dejarse exclusivamente en manos de Tokio, tras las mentiras y la incapacidad que ha demostrado para ir solucionando el problema.
Informe del Comité Científico de Naciones Unidas
El Comité Científico de Naciones Unidas para los Efectos de la Radiación Atómica (UNSCEAR, por sus siglas en inglés) se reunió el pasado mes de mayo en Viena para evaluar con carácter preliminar el trabajo realizado sobre el impacto de la catástrofe. El informe final deberá presentarse a la Asamblea General de Naciones Unidas en octubre de este año.
Tras conocerse que no se ha contado la verdad sobre la contaminación del subsuelo y las filtraciones al mar, el UNSCEAR debe verificar adecuadamente las cifras que ha manejado y los datos aportados por Tepco y las autoridades japonesas, actuando sobre el terreno con sus propios equipos científicos, para que el informe final sea creíble.
Éste debe indicar cuánto material radioactivo fue liberado por los cuatro reactores fundidos y cuál era la composición. Cómo se ha dispersado por tierra y mar y los efectos de la radiación en el medioambiente y los alimentos, así como el impacto en la salud de las personas. Comparación de este accidente con los otros de extrema gravedad, Chernobyl, y el estadounidense de Three Mile Island.
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