Google es la empresa con mayor capacidad en el mundo para procesar datos de infinidad de materias con una muestra universal de individuos incomparable. Sin duda puede convertirse en el mayor gabinete demoscópico del mundo y todo apunta a que el negocio de explotar la información que atesora tiene un potencial inimaginable. A modo de ejemplo, recientemente anunciaba un acuerdo con la farmacéutica Sanofi para trabajar juntos en el tratamiento de la diabetes.
Sin embargo, una de las aplicaciones más ambiciosas de big data que puso en marcha ha tenido que cerrarla tras fracasar sus algoritmos en la predicción y las resoluciones que pretendía. El gigante de las búsquedas lanzó hace siete años una herramienta, Google Flu Trends, que hacía soñar con la realidad de la ciencia ficción. Con esta herramienta de algoritmos desarrollados por los matemáticos de la casa, Google quería poner en práctica la capacidad que tenía para trabajar en el campo de la medicina, en la prevención y el diagnóstico.
Science había advertido de los fallos garrafales en la predicción
Google Flu Trends trataba de hacer un seguimiento de las epidemias de gripe en 30 países, entre ellos España, y en el mundo en términos generales. Pensaban los investigadores de la casa que con el análisis de las búsquedas de los internautas podría predecir cuántos sufrían de gripe. Búsquedas que irían desde palabras sintomáticas a farmacológicas. Para verificar si los resultados de Flu Trends se acercaban a la realidad de la epidemia cruzaba sus datos con los de los centros estadounidenses para el control y prevención de enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
Un año después, la revista Nature publicó un artículo de investigadores de Google comandados por Jeremy Ginsberg, y un miembro del CDC, Lynnette Brammer, en el que se afirmaba que con el análisis de las búsquedas se podía estimar con precisión la virulencia de la epidemia y podría detectar incluso con cierta anticipación la actividad gripal. Con estos resultados presuntamente exitosos preliminares, Google amplió el abanico de investigación, desde Estados Unidos a otros 29 países y también incorporó otra enfermedad epidémica en su análisis, el dengue.
Los algoritmos de Flu Trends comenzaron a fallar pronto, ‘engañados’ por el ruido mediático de presuntas amenazas de gripes brutales, que podrían llevarse por delante a millones de personas y no el cuarto de millón o medio millón a lo sumo de fallecimientos atribuidos a la gripe. La revista Nature se hace eco de estos fallos en un artículo publicado en febrero de 2013. La contaminación generada por el pánico desatado entre los muchos hipocondriacos que pueblan el mundo fue un reto que Google no pudo superar. El año pasado, la revista Science, dura competidora de Nature, pero al igual que ésta excesivamente mercantilizada, puso en su sitio a Google, con un estudio en el que decía que en más de un 90% de los picos alcanzados desde 2011, la herramienta del coloso tecnológico californiano no había dado pie con bolo. Había fallado más que una escopeta de feria.
La desviación calculada por los matemáticos de Google no recogía adecuadamente la sinrazón de muchos internautas que confuden un simple resfriado con una gripe. Afortunadamente ningún centro de control de enfermedades de los países en los que se aplicó la herramienta Flu Trends ha tomado en serio los resultados. De momento, ha quedado claro que las matemáticas, mal aplicadas dada la exactitud de esta ciencia, no pueden llegar adonde alcanzan los análisis virológicos de los centros de salud pública. En el mundo hay un centenar de países que comparten datos sobre la enfermedad de la gripe y luego la Organización Mundial de la Salud se encarga de dar directrices sobre las cepas y las necesidades de vacunación.
A pesar de este fracaso nadie discute el potencial del manejo de la ingente cantidad de datos que dispone este big broter que es Google. Un potencial que puede ser maligno si se manipula por ejemplo el orden de aparición de los resultados de la búsqueda. En agosto se publicó en Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (PNAS) un estudio de psicología social de dos investigadores, Robert Epstein y Donald Robertson sobre el efecto que puede tener en un resultado electoral, por ejemplo en las próximas elecciones catalanas, la manipulación en un motor de búsqueda del calibre de Google, que tiene más del 90% de cuota.
Un estudio advierte de la capacidad
de influir electoralmente
con la manipulación del motor de búsqueda
El estudio de Epstein y Robertson, compuesto de cinco experimentos, uno de ellos real que llevaron a cabo en unas elecciones en India, muestra que teniendo en cuenta que los internautas confían más en la selección de informaciones que aparecen cuanto más arriba estén, una manipulación de ese orden puede sesgar el resultado electoral. En aquellos que no tienen decidida su elección se puede cambiar sus preferencias de voto hasta en un 20% manipulando el motor de búsqueda. Dependiendo de los grupos demográficos ese porcentaje puede ser superior.
Teniendo en cuenta que se puede llevar a cabo la manipulación sin que el internauta se aperciba de ello, que muchas elecciones se ganan por un puñado de votos, como fue el caso de las presidenciales de Estados Unidos que enfrentaron a George Bush y Al Gore, y que en muchos países el dominio de un buscador es apabullante, como es el caso de Google en los países occidentales, el impacto de una manipulación como la que han experimentado los autores del estudio podría ser decisivo.
A la manipulación exitosa que pueden llevar a cabo los medios de comunicación, que ya demostraron en un estudio Stefano Dellavigna y Ethan Kaplan con lo que denominaron el efecto Fox, según el cual la introducción de la cadena de televisión Fox News, de ideología conservadora, en una nueva zona de Estados Unidos se incrementaba en ésta el número de votantes republicanos, se añade ahora la capacidad de manipular al elector con Google. Está claro que los monopolios que han surgido en la comunicación, como es el caso de Google y Facebook se deben tomar intensas medidas de control. Un artículo de Jonathan Zitrain publicado en junio del año pasado en Harvard Review también alertaba de la capacidad de influir en el voto electoral de una red social del calado de Facebook, con capacidad para enviar mensajes a electores con perfiles plenamente identificados.
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