El presidente de Repsol, Antonio Brufau, ha escrito una tribuna de opinión publicada por el diario Financial Times, en la que reclama a los políticos plantear acciones más eficaces en la descarbonización y utilizar menos retórica vacua, entre las medidas propugnadas por Brufau destaca la potenciación máxima de la selvicultura. La tribuna fue publicada en inglés y aquí se ofrece una versión traducida al castellano.
La joven Sueca Greta Thunberg ha sacudido la política y la sociedad europeas con un objetivo muy claro: reducir las emisiones mundiales de efecto invernadero. El camino hasta su consecución, sin embargo, no podría ser más complejo. No solo porque cada país tiene sus propias necesidades, mix energético y prioridades de desarrollo, sino porque las medidas tomadas por una única región pueden no ser suficientes para resolver un problema global.
La clase política europea, queriendo aplacar a ciudadanos cada vez más preocupados por los efectos del cambio climático, recurre a declaraciones vistosas que generan buenos titulares, pero que no conducen necesariamente a buenas políticas.
Un buen ejemplo de ello es la demonización de los combustibles fósiles, una narrativa fácil que crea la falsa impresión de una solución. Sin embargo, este enfoque perjudica la competitividad de la industria europea intensiva en el consumo energético, como la manufacturera, que se ve abocada a trasladar la producción a otros países cuya la legislación es más laxa. Europa, que representa tan sólo el 10% de las emisiones mundiales, se siente limpia mientras que las emisiones globales siguen creciendo.
Todavía resulta peor constatar cómo Europa está mermando su capacidad para crear puestos de trabajo bien remunerados y mantener el liderazgo en innovación industrial que ha venido impulsando gran parte de los avances encaminados a lograr un mundo menos intensivo en carbono. Bruselas pretende que el 20 % del PIB proceda de la industria, pero este porcentaje permanece desde hace casi una década estancado en el 17 %.
Mientras tanto China, que representa un 28 % de las emisiones globales, parece capaz de liderar el progreso tecnológico y atraer la inversión de industrias europeas, entre las que se incluyen los fabricantes de automóviles, que se están viendo expulsados de sus propios mercados de origen por esta narrativa de quienes compiten por quién es el más verde. ¿Cuál es la visión europea en términos de creación de riqueza? Parece que somos incapaces de ver más allá de soluciones simplistas al problema de las emisiones.
Hay políticas que, sin embargo, podrían aportar numerosas soluciones. Por ejemplo, si echamos un vistazo al impuesto que los conductores europeos pagan sobre la gasolina y el gasóleo, cada tonelada de dióxido de carbono emitida por un vehículo tiene un precio mínimo de 200 euros. Según nuestras estimaciones bastaría con dedicar el 15 % de este impuesto a programas de reforestación a gran escala para compensar las emisiones de todo el sector del transporte por carretera europeo, y además tendríamos un eficaz sumidero de carbono mientras van madurando otras tecnologías de eliminación de CO2.
Estos proyectos resultan viables desde tan sólo 15 euros por tonelada de CO2 absorbida y además revertirían décadas de descontrolada deforestación mundial y crearían actividad económica en zonas rurales, donde la falta de empleo y de perspectivas de futuro han mermado la población y los servicios.
Por contra, los ciudadanos españoles subvencionan el vehículo eléctrico a un coste de alrededor de 900 euros por tonelada de CO2 ahorrada. Esto beneficia a la adquisición, por parte de las acomodadas élites urbanas, de segundos vehículos muchas veces fabricados fuera de Europa. En España la flota de vehículos tiene una antigüedad media de 12 años, por lo que el gobierno podría reducir mucho más rápidamente las emisiones ayudando a la mayoría de los ciudadanos a sustituir sus motores de combustión antiguos por otros nuevos.
En mi empresa las refinerías han reducido por eficiencia su consumo energético en un 20 % en los últimos diez años, y sin embargo los políticos no están ofreciendo a los ciudadanos incentivos a la eficiencia como son las luces LED, los electrodomésticos de nueva fabricación o el aislamiento de edificios. Tampoco están explicando a sus electores que la eficiencia también requiere de una implicación individual, al igual que ahorrar agua o reciclar.
Respecto a la captura de carbono, la industria, el transporte y la generación de electricidad con carbón han emitido tanto dióxido de carbono a la atmósfera durante el último siglo que no basta con detener este flujo. Las técnicas de captura, uso y almacenamiento del carbono necesitan de un gran desarrollo y es primordial que las políticas públicas presten su apoyo cuanto antes a las medidas ya adoptadas por la industria. Especialmente si tenemos en cuenta que los países en desarrollo seguirán utilizando, legítimamente, su carbón autóctono para generar electricidad en años venideros.
Me dirán que es lógico que una empresa de petróleo y gas diga esto. Sin embargo, nuestro compromiso por reducir la intensidad de carbono está avalado por dos décadas de esfuerzos. Invertimos nuestro propio dinero, y no el de los contribuyentes, en energía renovable, baterías, gestión de la energía, eficiencia, redes de recarga eléctrica, soluciones digitales, medidas de captura, uso y almacenamiento de carbono, biocombustibles y gas para vehículos pesados, entre otras muchas iniciativas.
Y además contamos con una hoja de ruta clara para reducir la intensidad de carbono por unidad de energía generada en un 40 % para 2040, según lo estipulado en el Acuerdo de París, algo que la política aún no está consiguiendo en los países.
Necesitamos menos retórica y más acción eficaz. Preferiríamos impulsar el progreso en colaboración con la política a que simplemente se nos utilice como un oportuno chivo expiatorio.