El día 14 de enero de este año, acudí a Santander para impartir un curso de voluntariado en cooperación internacional y me encontré con la sorpresa de que, entre la docena de participantes, había nada menos que cuatro o cinco doctores. Me impactó profundamente que, en el coloquio final que mantuvimos, varios expresaran su decepción ante el hecho de que con 30 años estaban apurando una beca de formación postdoctoral y que, debido a la crisis, no creían que pudieran conseguir ningún empleo en su campo de especialización. Con cierta amargura, uno de los asistentes compartió con nosotros la extraña sensación que experimentaba por el hecho de que, habiendo sido el único de su “quinta” que había salido del pueblo para estudiar en la Universidad, ahora observaba cómo sus amigos habían podido casarse, constituir una familia, encontrar una casa y trabajar, mientras él se enfrentaba a un horizonte incierto…Artículo completo.