El año pasado un centenar de oncólogos de los principales hospitales estadounidenses, en la vanguardia de la lucha médica contra el cáncer, hicieron un llamamiento contra el precio abusivo de los medicamentos contra esta enfermedad a través de un editorial en el ‘Mayo Clinic Proceedings’. Denunciaban entre otros abusos que el coste farmacéutico de añadir un año de vida al paciente a precios constantes había pasado de 54.000 dólares a 207.000 en menos de 20 años, y que el precio de los últimos medicamentos contra el cáncer autorizados en Estados Unidos no bajaban de 120.000 dólares anuales de coste por enfermo, recordando que esta cruel enfermedad alcanzará a una de cada tres personas a lo largo de su vida.
La cruzada llega ahora a Europa y ha sido Francia, un país que cuenta con una industria farmacéutica potente, donde 110 oncólogos y hematólogos acaban de hacer un llamamiento para encauzar el coste caro , muy caro, excesivamente caro, de las nuevas moléculas para combatir la enfermedad. Los firmantes de la denuncia conforman la elite de la profesión, encabezando la lista Jean Paul Vernant, una autoridad mundial en esta materia, y Dominique Maraninchi, que ha dirigido la Agencia del Medicamento y el Instituto nacional del cáncer.
La situación en Europa es tan explosiva como en Estados Unidos, al margen de que en Francia y en otros países europeos el coste lo soporten principalmente el sistema sanitario de salud, los contribuyentes a la postre, y al otro lado del Atlántico sean las aseguradoras y los pacientes a título personal los que costeen el tratamiento. En la denuncia de Francia, el doctor Vernant denuncia “los beneficios indecentes de la industria farmacéutica”, visualizados el año pasado también en España con el famoso medicamento que cura la hepatitis C. Estos beneficios han superado a los de la industria del lujo en margen sobre ingresos. Lo grave, como se recuerda en la denuncia francesa es que la industria farmacéutica determina el precio no por los costes sino por la capacidad de aguante del paciente en cuanto a su disposición a pagar. Aunque en Europa, los Estados tienen una gran fuerza negociadora y por esos consiguen rebajar los precios a la mitad incluso el coste en Estados Unidos, el problema sigue siendo muy grave.
Los oncólogos están de acuerdo en que los laboratorios cobren un precio justo por los medicamentos que desarrollan, pero siempre sobre la referencia del coste de la investigación y la rentabilidad razonable que una inversión de riesgo exige, pero los laboratorios no están dispuestos a que se predetermine el margen. Está por otro lado, la eficacia del medicamento. Es necesario abrir un debate sobre el límite de financiación de tratamientos muy costosos que apenas añaden meses de vida a un paciente y con una calidad muy baja. En La Celosía hemos recogido los informes de Prescrire, una institución independiente de los laboratorios que analiza la relación coste-beneficio de los medicamentos, con un resultado demoledor.
En Francia ya han dejado de tratar con el medicamento Yondelis, producido por Pharmamar, la empresa que cotiza en la Bolsa española, a enfermos con sarcomas raros porque su coste es escandaloso, más de 50.000 euros, y sus resultados decepcionantes. En Reino Unido también se ha tomado la decisión de financiar con dinero público costosos tratamientos de dudosa eficacia, que no es el caso de los fármacos nuevos para curar la hepatitis C, como el Sovaldi de Gilead. Este laboratorio fue el año pasado el que más dinero ingresó en España por la venta de medicamentos, por delante de gigantes como Pfizzer y Novartis, todo ello gracias a que la presión de los pacientes forzó a las autoridades sanitarias a incrementar exponencialmente los tratamientos contra la hepatitis C con sus productos. Gilead ingresó el año pasado casi 1.700 millones, el triple que en el ejercicio anterior.
La avaricia de los laboratorios ha alcanzado un grado insostenible, más teniendo en cuenta que el desarrollo de las nuevas moléculas resulta más barato que antes, entre otras razones porque se ha abreviado el tiempo de autorización para la venta al público, y de que el gasto en I+D es inferior al de marketing y no llega al 20% de los ingresos. Los laboratorios alegan por el contrario que los costes y el riesgo de sacar un nuevo fármaco son muy elevados porque hoy en día se trabaja sobre grupos de cánceres, por consiguiente con una muestra de pacientes inferior, al buscar la eficacia en la personalización.
Uno de los elementos clave para rebajar el precio de los medicamentos es que las negociaciones sobre el precios sean transparentes y se cuente con representantes de pacientes y médicos para la negociación de los sistemas sanitarios nacionales con los laboratorios. Si hay abusos se producirá un coste reputacional que puede ser insoportable especialmente para las compañías que cotizan en Bolsa ya que el activismo puede demoler cuentas de resultados. El coste de los medicamentos contra el cáncer representa ya el 13%, 80.000 millones de dólares, cuatro veces más que hace 10 años, del total de la factura global, del orden de 650.000 millones. Hay que frenar este despropósito ya.
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