*Teresa Ribera
En los próximos dieciocho meses, la comunidad internacional debe decidir sobre la financiación del desarrollo (Abdis Abeba, julio 2015), el establecimiento o no de un sistema de protección internacional de los océanos (NY, agosto 2015) los objetivos de desarrollo sostenible (NY, octubre 2015) y el marco que impulse la acción colectiva en políticas de clima (París, diciembre 2015). Además, crecen las preguntas en torno a cómo financiar la transición a un modelo económico sostenible ambientalmente o sobre cómo promover una prosperidad inclusiva, que revierta la tendencia actual hacia el incremento de las desigualdades y el empobrecimiento de las clases medias en Europa y Estados Unidos. Y descubrimos nuevas perspectivas que, quizás, nos permitan entender mejor cómo funciona el reparto real de costes y beneficios asociados a los servicios ambientales y el acceso a los recursos naturales.
Cada uno de estos asuntos merece una profunda y sosegada reflexión que, combinando distintas disciplinas, nos permita entender mejor la dimensión de los retos que tenemos por delante y las alternativas y sus consecuencias a la hora de afrontarlos. Es probable que la suma de todos ellos nos ayude a entender mejor el puzle que constituye la realidad del siglo XXI y, a la inversa, sólo a través de respuestas coherentes a todas las preguntas será posible tener éxito en cada ámbito. Así debemos entender también la agenda climática.
París debe ser la cita de la que salgan las soluciones para garantizar una prosperidad “verde” e inclusiva, a la vez que el contexto en el que avanzar para consolidar la resiliencia y seguridad en un futuro 2ºC más cálido. Las negociaciones de Naciones Unidas sobre cambio climático deben permitir la adopción de un acuerdo internacional que incorpore las reglas para coordinar y actualizar el esfuerzo colectivo en la reducción de emisiones, la transparencia sobre lo que se hace y su compatibilidad con lo que la ciencia del clima y las mejoras tecnológicos aconsejan. Debe además fortalecer la acción común en adaptación y la capacidad colectiva para medir, entender y priorizar esfuerzos en este terreno. Y es importante que se ofrezca una respuesta convincente y coherente que oriente las inversiones privadas y las decisiones sobre políticas –nacionales, locales…- en la dirección adecuada.
Sería, además, muy conveniente que junto con los compromisos nacionales, los países indicaran voluntariamente cuál es la senda de descarbonización de su economía que proponen para el largo plazo. Ayudaría en las decisiones nacionales pero también en el respeto y la confianza recíproca entre naciones y credibilidad ante inversores. París debe ser convincente y atractivo; es capital extender la vocación y el orgullo de hacer más en la dirección correcta frente a los riesgos económicos y sociales de la inacción o el inmenso coste de quedar atrapados en inversiones altamente intensivas en carbono.
Existirá sin duda un núcleo de reglas estables, acompañado de decisiones susceptibles de irse adecuando al paso del tiempo, a la actualización de las necesidades y de las recomendaciones de la ciencia y el desarrollo tecnológico. Pero la credibilidad de lo que se acuerde en París también depende de los pasos que se den en otros frentes. Por ejemplo: ¿se adecuarán las reglas del sistema financiero para incorporar los riesgos del clima y el carbono?, ¿se orientarán de forma congruente los procesos de toma de decisión de los bancos de desarrollo?, ¿se integrarán los conceptos de resiliencia y las consecuencias de un clima distinto en las políticas de desarrollo, las infraestructuras o alimentarias?, ¿se pensarán las reglas de comercio con arreglo a las externalidades hoy no computadas?, ¿se fortalecerá la cooperación transnacional en investigación y desarrollo tecnológico?, ¿se incorporarán a la agenda del Consejo de Seguridad asuntos críticos como el deshielo del Artico?
No es posible hacerlo todo al mismo tiempo ni, por supuesto, es posible completar un cambio de ritmo de estas dimensiones de un día para el otro. París será un éxito en la medida en que impulse la coherencia dentro y fuera del marco de acción de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático; con ello se asentarían las bases para una nueva etapa constructiva y llena de oportunidades. Pero no se ha de olvidar que sólo en la medida en que se vayan apuntando respuestas congruentes en las demás agendas será posible garantizar el éxito para a ingente y compleja tarea que la humanidad tiene por delante.
* Directora de IDDRI
Reino Unido, Alemania y EEUU captan inversiones para mitigar el cambio climático