La ola antiestablishment que recorrió gran parte del planeta podría llegar a América Latina en 2018. Unos 350 millones de votantes acudirán a las urnas en Brasil, Colombia, México, Venezuela, Costa Rica y Paraguay para elegir nuevos presidentes y quizá reanimar sus agonizantes sistemas políticos.
“Sería un error intentar comprender el significado de estas elecciones basándonos en la división izquierda-derecha,” explica Christopher Sabatini, experto en América Latina en la Universidad de Columbia. “Lo más probable es que veamos una reacción popular contra la corrupción.”
México estará en los titulares en julio, cuando Andrés Manuel López Obrador, el eterno candidato de la izquierda, se enfrente a José Antonio Meade, el tecnócrata que busca suceder a Enrique Peña Nieto. Pocos echaran de menos al presidente saliente, cuyo mandato ha estado marcado por su fracaso a la hora de reducir la desorbitada tasa de asesinatos y la corrupción generalizada, en la que también está implicada la pareja presidencial.
Si bien López Obrador, de 64 años, exalcalde de Ciudad de México, no es tan radical como sus detractores lo pintan, sus promesas de luchar contra la corrupción y la pobreza le dan en los sondeos ventajas que van de cinco a quince puntos por encima de sus rivales. Sin embargo, sus propios errores, como el haber sugerido un indulto a los criminales, y el miedo al cambio pueden hacer que los votantes decidan dejar las cosas como están.
Mientras tanto, en Brasil, Michel Temer seguramente vea con envidia las tristes cifras de aprobación de Peña Nieto. Temer, un político de derechas de 77 años que formó parte el año pasado del polémico proceso de destitución de Dilma Rousseff, ha visto su nivel de aprobación desplomarse hasta un mísero 3% en medio de acusaciones de corrupción que por momentos parecen implicar a toda la clase política brasileña.
La vuelta de Lula da Silva
Es probable que en las elecciones presidenciales de octubre, el ganador sea el expresidente de izquierdas Luiz Inácio Lula da Silva, a quien actualmente los sondeos dan un 36% de intención de voto, aunque él también se enfrenta a acusaciones de corrupción que podrían impedir que se presente como candidato. Mientras tanto, el homófobo de extrema derecha Jair Bolsonaro (que tiene un 15% en los sondeos) está cobrando fuerza a pesar de –o quizás gracias a– su simpatía por la dictadura militar brasileña.